El tejedor presenta una nueva serie dedicada a la presencia del arte de tejer en la literatura. Esta primera entrega se centra en tres autores fundamentales de la literatura en español: Miguel de Cervantes, Garcilaso de la Vega y Julio Cortázar.
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En Don Quijote, la obra magna de la literatura española –y universal–, aparecen numerosas referencias a las labores, especialmente a la costura, el bordado y el punto.
En la primera parte, Don Quijote pide a Sancho que vaya a visitar a Dulcinea para entregarle una carta que le ha escrito, petición que nunca llegó a cumplir, asunto que Sancho no se atreve a confesarle. Ya en la segunda parte, le pregunta a su escudero por aquella visita. Este le dice a su amo que la encontró limpiando trigo, hecho que, naturalmente, indigna a Don Quijote, pues no considera ese menester propio de una princesa, que es la condición que el hidalgo atribuye, dada su locura, a su amada del Toboso. Pues bien, en el capítulo VIII de la segunda parte, figura la siguiente réplica:
-“¡Que todavía das, Sancho –dijo Don Quijote–, en decir, en pensar, en creer y en porfiar que mi señora Dulcinea ahechaba trigo (…) Mal se te acuerdan a ti, ¡oh Sancho!, aquellos versos de nuestro poeta donde nos pinta las labores que hacían allá en sus moradas de cristal aquellas cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las cabezas, y se sentaron a labrar en el prado verde aquellas ricas telas que allí el ingenioso poeta nos describe, que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas y tejidas”.
En esa cita, labrar se refiere a tejer; contestas y tejidas, a compuestas y entretejidas; sirgo es seda retorcida (notas de Luis Andrés Murillo).
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Esos “versos de nuestro poeta” a los que se refiere Don Quijote son los que escribió Garcilaso de la Vega en la Égloga III. Varios son los versos de la poesía en los que se mencionan las labores de las ninfas. Versos 85 a 88:
“A sus hermanas a contar empieza
Del verde sitio el agradable frío,
Y que vayan les ruega y amonesta
Allí con su labor a estar la siesta”
Versos 97 a 104:
“Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,
Escurriendo del agua sus cabellos,
Los cuales esparciendo cubijadas
las hermosas espaldas fueron dellos;
luego, sacando telas delicadas
que’n delgadeza competían con ellos,
en lo más escondido se metieron
y a su labor atentas se pusieron”.
En las notas de Bienvenido Morros, especifica que Las Náyades y las Nereidas –ninfas de la mitología– “acostumbraban a hilar y tejer en sus grutas submarinas”. Nótese también la belleza de la imagen de Garcilaso, esas telas tan finas como los cabellos de las ninfas, algo asombroso cuando en la estrofa siguiente veremos que se refiere a telas tejidas. Quien teja ya sabe que ni el mayor virtuosismo permite tejer con tanta finura, de modo que es una exaltación del sobrenatural talento de estas criaturas acuáticas.
Siguiente estrofa, versos 105 a 112:
“Las telas eran hechas y tejidas
del oro que’l felice Tajo envía,
apurado después de bien cernidas
las menudas arenas do se cría,
y de las verdes ovas, reducidas
en estambre sotil, cual convenía,
para seguir el delicado estilo
del oro, ya tirado en rico hilo”.
Garcilaso continúa con la maravillosa descripción de este paraíso tejeril: ninfas que tejen hilo de oro. Un hilo valiosísimo que habría sido creado a partir de las pepitas de oro arrastradas por el Tajo, imagen del río propia de la visión idealizada de la literatura pastoril. Pero eso no es todo, pues las huevas de pez –ovas verdes–, también son convertidas en hilo extraordinariamente fino –estambre sotil–.
Concluyo las citas de la égloga con la siguiente estrofa, versos 113 a 120:
“La delicada estambre era distinta
de las colores que antes le habían dado
con la fineza de la varia tinta
que se halla en las conchas del pescado;
tanto artificio muestra en lo que pinta
y teje cada ninfa en su labrado,
cuanto mostraron en sus tablas antes
el celebrado Apeles y Timantes”.
Esta es una estrofa muy reveladora para quien se interese por las técnicas de teñido natural. Menciona la tinta de las conchas del pescado, cosa que se refiere al color púrpura obtenido por la cocción del molusco múrex –género de moluscos gasterópodos–. Consultando Wikipedia, he descubierto que el historiador Teopompo, en el siglo IV a. C., afirmó lo que sigue: “La púrpura para los tintes valía su peso en plata en Colofón”. Tal cosa se explica porque eran necesarios unos 9000 moluscos para producir un gramo de púrpura. Menos mal que actualmente es mucho más sencillo disfrutar de una amplísima gama de colores.
Imaginad tan delicado hilo teñido como se describe: daría como resultado un hilado exquisito. Y muy caro, todo sea dicho. Además, idealiza de nuevo el virtuosismo como tejedoras de las ninfas, equiparando su labor con la obra de los pintores griegos Apeles y Timantes. Finalmente, es interesante comprobar que la palabra estambre, actualmente sólo empleada en Hispanoamérica, es de origen español, sólo que aquí ha caído en desuso.
Garcilaso ha descrito, por tanto, los tres pasos principales del arte de tejer. Hilar, con la mención a las ovas y las pepitas de oro convertidas en hilos; teñir, al referirse al molusco múrex; tejer, por último, con la descripción de las espléndidas labores realizadas. El poeta logra pintar una imagen idílica de la labor, una suerte de súmmun tejeril. Además, recurre únicamente a elementos naturales y, más específicamente, a aquellos que estarían al alcance de seres acuáticos. Sería, en definitiva, la forma más virtuosa, delicada, bella y natural de tejido marino. Es una pena que no se detuviese también en las agujas empleadas, pues para tejer con tal finura deberían ser asombrosamente delgadas, compitiendo también con los cabellos de las ninfas. Y por supuesto, habrían sido talladas a partir del oro del río o aprovechando las conchas de los moluscos.
Volviendo a la obra cervantina, en el capítulo XXVIII de la primera parte, cuando Dorotea relata su vida, figura el siguiente pasaje:
“Las ratos del día que me quedaban (…), los entretenía en ejercicios que son a las doncellas tan lícitos como necesarios, como son los que ofrece la aguja y la almohadilla, y la rueca muchas veces”.
Por lo visto, la bella y virtuosa Dorotea tejía, realizaba encaje de bolillos –almohadilla– y hasta hilaba. Lástima que no diga nada sobra la calidad del hilo. En cualquier caso, es un documento más sobre el carácter tradicionalmente femenino que estas labores tenían a finales del XVI, principios del XVII. Qué poco han cambiado algunas cosas.
Si Dorotea teje como forma de ocio, Sanchica, la hija de Sancho Panza, teje por trabajo, por pura supervivencia: lo más común hasta hace nada. En el capítulo LII de la segunda parte, en una de las cartas que le manda su mujer, Teresa Panza escribe lo siguiente:
“Sanchica hace puntas de randas; gana cada día ocho maravedís horros”.
La randa, según el Diccionario ideológico de la lengua española, es un “encaje labrado con aguja”, aunque también se emplea para referirse al encaje de bolillos según una de las acepciones del María Moliner.
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Sigo con literatura escrita en español, con uno de los mejores escritores en español, Julio Cortázar. En uno de sus muchos y muy recomendables relatos, Casa tomada, los protagonistas son dos hermanos que habitan una “espaciosa y antigua” casa. El hermano ejerce de narrador y presenta así a su hermana:
“Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no será así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas”.
La presentación del personaje femenino y la curiosa reflexión sobre tejer es desarrollada en el párrafo siguiente:
“Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pull-over está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de debajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. (…) Pero a Irene solamente le entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el sueño donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso”.
Ahora comprenderéis, si no lo sabíais ya, por qué he sido tan generoso con las citas del relato: la prosa de Cortázar es tan buena que me resulta muy complicado dejar de copiar. Ahí tenéis, por ejemplo, una de las más bellas descripciones de una persona haciendo punto –dado que menciona “tricotas para el invierno” y, más adelante, “dijo recogiendo las agujas”, doy por hecho que es punto y no ganchillo lo que realiza, cosa que también apoya el tipo de proyectos que lista–.
El punto es uno de los elementos protagonistas prácticamente hasta la conclusión del relato, casi ejerciendo la función de tercer personaje. No obstante, son otros los sorprendentes sucesos que progresivamente acaparan nuestra atención. No adelanto nada porque, además de por las menciones al punto, merece la pena leer este breve texto por su original trama y su brillante escritura.
Bibliografía consultada:
Cortázar, Julio. Cuentos completos/1. Alfaguara, 2004, Madrid.
De Cervantes Saavedra, Miquel. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Notas de Luis Andrés Murillo. Clásicos Castalia, 1978, Madrid.
De la Vega, Garcilaso. Obra poética y textos en prosa, edición de Bienvenido Morros. Crítica, 2007, Barcelona.